Sucedió
en el metro. La misma estación, el mismo horario. Ella llevaba un vestido
corto, pelo suelto, perfume cacharel en el cuello. Él lucía unos vaqueros
ceñidos y camisa blanca. Al principio se miraban, como suele suceder a menudo.
A ella le entraban pájaros en el estómago cuando él se sentaba a su lado. Un
día, la mano de él se atrevió a acariciar el muslo desnudo de ella. Lo
suficiente para abrir más las piernas, pensó ella. Cerró los ojos para no
enfrentarse a las curiosas miradas de los viajeros. Pronto llegarían a su
destino. “¿Te bajas conmigo en la próxima parada? Le preguntó él muy bajito.
Ella asintió.
Una
habitación de un hostal perteneciente a la estación. Enseguida se comieron la
boca. Él la desvistió como si fuese a acabarse el mundo. Ella arqueaba la
cabeza hacia atrás, sonriendo satisfecha. Había obtenido su premio. Desnudos y
ansiosos probaron posturas que habrían imaginado. “No hemos terminado” dijo él
tras varios orgasmos. Decidieron quedarse un día más. Minutos que palpitaban
sobre la carne caliente y sensible, las horas perdidas. Ella chupó con placer
el glande, dejando caer suficiente saliva sobre las comisuras. Le excitaba oír
los gemidos de su amante. Él levantaba la pelvis para que su pene entrase
entero en la boca de ella. Ella jugó con la lengua, deteniéndose ante todo en
el frenillo. Después se le inundaba la boca con su eyaculación. Las sábanas
húmedas, olor a sexo. Recordarán siempre aquella habitación. Él acaricia los
senos de ella, primero con los dedos, pellizcándolos, después recorre la lengua
sobre ellos. Ella gime más fuerte, araña la espalda de él.
Le pide
que le diga que es una puta, que hará lo
que él desea, porque es su amo. Se gritan, se insultan, se muerden. Marcas
rojas de pasión en los muslos y cachetes. La penetra, incansablemente,
mirándola, deteniéndose en sus ojos, gritándole que lo haga más fuerte, hasta
que hagan doler las paredes. Exhaustos y sudados se abandonan, descansan.
La
despedida suma una cadena de orgasmos. Cuando salen de la habitación hay
quienes les miran con desdén. Se ríen, saben el motivo. Los gritos de ella, los
de él, gritos de lobos. Se despiden con una sonrisa, como si nada hubiese
ocurrido. Cada uno coge un destino diferente. Ella siente como su zona íntima
palpita de deseo, dolor. Le ha gustado, merecía la pena.
Arácnida.
Estaré vigilante cuando vaya en el metro, a ver si veo el efebo de camisa blanca. Un beso. VIRtudess.
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