La bruja
Mandarina vivía en el bosque tan tranquila hasta que se cepilló a un viajero. En
el Aquelarre de la Floresta,
decidieron los sabios y sabias con más antigüedad, que como castigo a su
osadía, solo recuperaría sus formas perfectas cuando su pareja tuviera los ojos
vendados con una tela de seda.
Mandarina se
veía en el espejo fea y vieja, con la edad que tenía en realidad, casi mil años.
Pero explicaba a sus parejas, caminantes que paraban a descansar en su casa,
que su nieta estaba todo el día sola con ella, y lo que quería era conocer un
varón fuerte, o cualquier característica que ella viera en el caminante, hasta
que le convencía. Después pretextando la timidez e inocencia de la niña,
obligaba al forastero, ya relamiéndose de su suerte, a tener los ojos vendados.
En el momento
en que la bruja comenzaba a excitarse, se transformaba en una mujer bella, de
las formas y volúmenes que el viajero soñaba; se volvía la mujer de sus sueños.
Algunas veces con pechos de ama de cría y culo pequeño, otras al contrario,
pechos de muñeca y caderas y nalgas de culona. En ocasiones se comportaba como
una leona ávida de sexo y otras como una mujer tímida y sumisa. Normalmente lo
contrario de lo que el viajero ya conocía, y este quedaba maravillado con su actuación.
En la región pronto se corrió la voz – con perdón – de que en el bosque, había
mujeres que satisfacían a quienes las visitaran.
A Mandarina
le encantaban tantos encuentros, pues era un poco… promiscua, digamos. Un día
le llamaron del aquelarre para decirle que los lugareños estaban perdiendo el
miedo a la espesura y que tantas visitas – Mandarina tenía tela – perturbaban
el silencio natural que necesitaban los habitantes del bosque para vivir
tranquilos. Le urgieron a que tomara medidas.
Mandarina convirtió
su casa en invisible a los ojos de los mortales, e hizo saber a los forasteros,
que solo encontrarían su casa si en silencio y en soledad, se dieran placer a
ellos mismos repitiendo el nombre de la bruja, y que ella los encontraría. El
hada solo hacía visible su casa cuando el explorador tenía unas medidas
especiales, si no, los dejaba pelarse hasta que perdían su fuerza y volvían
otro día echando de menos los placeres que allí habían encontrado.
Los ruidos y
las molestias cesaron en el bosque, pero empezaron a brotar unas flores nuevas
que llamaron E s p e r m i r i n a s, y aumentó muchísimo el voyerismo en la
zona.
REMedioss
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