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viernes, 20 de diciembre de 2013

Plena en el mar




Tengo un cuerpo perfecto, por eso hago topless en la playa. Primero desde el paseo marítimo, observo donde hay más gente, luego busco por si alguna fresca se me ha adelantado, y cuando encuentro el sitio perfecto me instalo. El mejor sitio es un lugar donde haya varios hombres juntos, aunque haya lagartas cerca, y busco también el segundo mejor cuerpo de la playa y me pongo cerca a hacer sombra. Los hombres, bien nadando, bien jugando a la pelotita, se acercan disimuladamente. 
Una vez establecidas las posiciones y habiendo marcado mi territorio, comienzo a desnudarme, me doy crema – aunque dicen que es mejor dársela media hora antes de llegar a la playa— con suaves y delicados movimientos en mi cuerpo, y luego haciendo como que no me fijo, observo mi impacto en el ambiente. A veces espero y tomo un poco el sol, pero otras, según la urgencia de quien me mire, mojo mi bañador, que se pega a mi piel y dejo que me observen sin mirar a nadie, para que se sientan libres de mirarme.

Un día me fui a la playa más famosa. Pensé que en agosto y con la cantidad de gente que había, me sería fácil despertar admiración, pero no fue así. Al ver que no producía suficiente asombro, me fui a una playa nudista cercana. La gente hace como que no te mira en estos sitios, pero yo sé que disfrutan más que en una playa textil. Los y las nudistas son más libres. Hay menos bañistas, pero es más fácil el contacto.

Cuando llegué me puse en un lugar un poco apartado. Después del ritual de la crema me puse, en la orilla de pie, como un faro de perfección a mirar el mar. Pasó un hombre andando y me dijo algo. Le dije: perdone caballero, pero no le he oído. Se volvió y me repitió el comentario sobre el buen día que teníamos.  Para que no se me escapara, me hice la nueva en la playa, la extranjera, la tonta, la necesitada, y por fin la salvada de un día de aburrimiento.

El hombre era la avanzadilla de un grupo de amigos que llegaron en seguida. Me rodearon, y entonces si me sentí en mi salsa, --en los dos sentidos: en mi ambiente, y noté como empezaba a ponerme contenta --. Entre bromas nos metimos en el agua, y en la claridad del mar y la oscuridad de las olas, me fui presentando y saludando uno a uno al grupo de amigos. No tuve que volver a nadar, aunque el agua me llegaba al cuello. Me contaron que ya me habían visto otros días, y me fueron pasando, de uno a otro, mientras me regalaban el oído, y mi cuerpo recibía embestidas al menos desde dos lados, mientras yo me agarraba donde podía.

Nunca ha estado tan tapada y tan contenta, no dejaba de tener convulsiones, hasta que empezaron a aparearse entre ellos. Quiero decir a ponerse por parejas, y jugar, a algo que yo no veía. Al final me quedé sola.

Volví a la orilla, y mientras los veía alejarse pensé: no he entendido el final, pero tengo que digerir lo que me han dado.

REMedioss

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