Encontré
una nota debajo de mi puerta. En ella decía: “Una noche contigo”. Consternada,
entré en casa. Me quité el abrigo, lo dejé en el respaldo de la silla. Indagué por
las habitaciones por si algún loco había entrado. Al ver que todo estaba en
orden, miré por la ventana. El vecino de enfrente- al cual había pillado varias
veces mirándome- tenía la cortina color lavanda echada. A veces coincidíamos en
la calle, siempre que cruzaba frente a su portal, lo encontraba saliendo al
mismo tiempo. Si iba a la panadería o al supermercado, también él estaba allí. Con
la nota en las manos, me pregunté si era él quién lo había escrito. Tenia la
mala costumbre de dejar la cortina descorrida antes de irme a dormir, por lo
que no era extraño que muchas veces él me pillara en ropa interior, caminando
por el salón. Aquello me asustaba, pero me excitaba. No era un chico
desarreglado, más bien era un chico normal con camisa y vaqueros y que le
gustaba fumar después de cada comida. También le espiaba a él. Alguna que otra
vez lo ví en calzoncillos. Tiré la nota a la basura.
Ya entrada
la noche, volví a encontrar otra nota bajo mi puerta. Esta vez decía “A las
once y media te espero frente a tu ventana”. Era obvio que se trataba de él. Aquello
me incitaba a pensar que era un juego tal vez peligroso, dado que no le conocía
lo suficiente, pero al mismo tiempo mi yo interior suplicaba nuevas aventuras. Sin
vacilar, me di un baño, puse velas en el salón, me recogí el cabello y me puse
un vestido cómodo pero sugerente. A las once y media tal como había dicho, él
descorrió la cortina. Estaba desnudo y me miraba con intensidad. No nos dijimos
nada, ni tan siquiera un saludo. Concentrada en ese instante, me desnudé yo
también, lentamente, sin dejar de mirarle. Mis manos recorrieron mi cuerpo
sediento de placer. Él me miraba de arriba abajo, haciéndome suya. Me acaricié,
me pellizqué los pezones, mordí mi labio inferior. Él se llevó la mano a su
pene y lo frotó. Al llegar a mi sexo yo ya estaba húmeda. Introduje dos dedos
en mi vagina, el contacto blando y caliente provocó una vibración desmesurada. Él
se frotó con más fuerza, su pene erecto rogaba por mí. ¿Qué pasaría después de todo aquello? No pude evitar preguntarme. Sus labios se entreabrían,
puso la mano en el cristal de su ventana, yo puse también la mía en mi ventana.
Empecé a notar como un cosquilleo intenso recorría todas las partes de mi
cuerpo, paralizando mis piernas. Nos corrimos al mismo tiempo. Su semen se
escurría por el cristal. Nos sonreímos, temblaban mis labios. Después de
aquello, vinieron más notas, todas ellas de color lavanda. Algunas rogaban
repetir la experiencia, otras citaban encuentros. Le di una de cal y otra de
arena. Ahora se ha convertido en un excitante juego.
Arácnida.