La nueva vecina está que se rompe. Es alta y de
buenas proporciones. Parece muy inocente y confiada, y no sabe lo buena que
está. Cuando nos cruzamos por las escaleras el viernes, me quedé mirándola descaradamente,
comiéndomela con la vista, y comprobando atónita que no se daba cuenta de mis
pensamientos. No sé en qué piso vivirá, pero seguro que me entero, y si puedo,
ella también se enterará.
El sábado cuando salí con las demás amigas, no
podía dejar de pensar en lo que haría yo con un bomboncito así. Digo
bomboncito, porque la chica es de color. Del color del chocolate sobre un
cuerpo blanquito cuando tengas hambre de comida y abstinencia de carne
prolongada. Del color de las que toman mucho el sol en la playa y que cuando
las ves, te apetecería lamerlas, después de pintarlas sonrisas con un helado de
vainilla. Del color de una cueva oscura que te invita a perderte y buscar entre
sus pliegues el punto de placer de quién te ha confiado su cuerpo y espera que
no la defraudes.
El domingo tampoco pude despertarme tranquila,
pensando y planeando lo que iba a hacer en cuanto tuviera la más mínima
oportunidad. Y todo llega para suerte mía. Su vecina de enfrente, mi mejor
amiga, por decirlo así, preparó un sábado de chicas en la terraza para tomar el
sol, para estar preparadas para el verano. Lo primero que pensé es que iba a
verla, casi como la vi en la escalera con mis rayos equis, pero ahora sin ropa,
sin imaginarme nada, ahora todo sería real, y sin la rivalidad de las que
intentaran algo, seguramente sin éxito. Por fin haría lo que ya tenía más que
rememorado, entre el sueño y la realidad.
Toda la semana pensando en el sábado. No hace
falta explicar la maniobras que he estado haciendo, para llegar preparada a ese
día. Quiero aclarar que vivimos en un bloque donde la mayoría somos mujeres,
casi todas jóvenes. Luego estoy yo, para dar el puntito de experiencia.
Lo primero en lo que me fijaría de lo oculto,
sería en sus areolas. Tengo fijación por el tema. Me vuelvo loca pensando en
cómo serán y en cómo las lameré. Al ser morena, lo primero que pensé es en una
galleta maría, tapando la mitad de todo lo que pensaba comerme. Pero también
contemplé la posibilidad de que fueran galletitas saladas, con su puntito de
excitación. No me decidía, y soñándola, creo que se las comí de las dos
maneras. Estaban igual de ricas.
Por fin llegó el sábado, y una vez que estuvimos
todas en la terraza y con la puerta cerrada, me desnudé haciéndome la
despreocupada, para ver si animaba a las demás. A todas las tenía muy vistas y
amadas, pero me moría por la nueva.
Cuando por fin se quitó el bikini... descubrí las
galletas oreo.
REMedioss