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martes, 13 de agosto de 2013

Sucedió en el metro


Sucedió en el metro. La misma estación, el mismo horario. Ella llevaba un vestido corto, pelo suelto, perfume cacharel en el cuello. Él lucía unos vaqueros ceñidos y camisa blanca. Al principio se miraban, como suele suceder a menudo. A ella le entraban pájaros en el estómago cuando él se sentaba a su lado. Un día, la mano de él se atrevió a acariciar el muslo desnudo de ella. Lo suficiente para abrir más las piernas, pensó ella. Cerró los ojos para no enfrentarse a las curiosas miradas de los viajeros. Pronto llegarían a su destino. “¿Te bajas conmigo en la próxima parada? Le preguntó él muy bajito. Ella asintió.

Una habitación de un hostal perteneciente a la estación. Enseguida se comieron la boca. Él la desvistió como si fuese a acabarse el mundo. Ella arqueaba la cabeza hacia atrás, sonriendo satisfecha. Había obtenido su premio. Desnudos y ansiosos probaron posturas que habrían imaginado. “No hemos terminado” dijo él tras varios orgasmos. Decidieron quedarse un día más. Minutos que palpitaban sobre la carne caliente y sensible, las horas perdidas. Ella chupó con placer el glande, dejando caer suficiente saliva sobre las comisuras. Le excitaba oír los gemidos de su amante. Él levantaba la pelvis para que su pene entrase entero en la boca de ella. Ella jugó con la lengua, deteniéndose ante todo en el frenillo. Después se le inundaba la boca con su eyaculación. Las sábanas húmedas, olor a sexo. Recordarán siempre aquella habitación. Él acaricia los senos de ella, primero con los dedos, pellizcándolos, después recorre la lengua sobre ellos. Ella gime más fuerte, araña la espalda de él.

Le pide que  le diga que es una puta, que hará lo que él desea, porque es su amo. Se gritan, se insultan, se muerden. Marcas rojas de pasión en los muslos y cachetes. La penetra, incansablemente, mirándola, deteniéndose en sus ojos, gritándole que lo haga más fuerte, hasta que hagan doler las paredes. Exhaustos y sudados se abandonan, descansan.

La despedida suma una cadena de orgasmos. Cuando salen de la habitación hay quienes les miran con desdén. Se ríen, saben el motivo. Los gritos de ella, los de él, gritos de lobos. Se despiden con una sonrisa, como si nada hubiese ocurrido. Cada uno coge un destino diferente. Ella siente como su zona íntima palpita de deseo, dolor. Le ha gustado, merecía la pena. 

Arácnida.

1 comentario:

  1. Estaré vigilante cuando vaya en el metro, a ver si veo el efebo de camisa blanca. Un beso. VIRtudess.

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