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jueves, 28 de febrero de 2013

Lulú









A Lulú le gustaba usar la lengua en cualquier circunstancia. Era una universitaria muy observada por los chicos. Olía siempre a vainilla y orégano, tenía los labios grandes y malcriados. Su nariz respingona recordaba a un botón peligroso que podría olfatear los escondidos olores del sexo. Coincidíamos en varias clases, llevaba la falda muy corta, dejaba a mi vista sus piernas esbeltas y bien formadas. Su descaro acarreaba la envidia de las otras chicas que también intentaban ser el centro de atención, pero ninguna podía compararse con Lulú.


Me costaba relacionarme con los demás. El único escape que me permitía era sentarme frente al ordenador para ver porno. Lo sé, suena descabellado, siempre he sido una chica inusual. Pero el porno representaba para mí, la obra ansiada que deseaba vivir en algún momento de mi vida. Lo que imagináis es cierto, soy virgen. Jamás he salido con nadie y tampoco he pretendido hacerlo.


No soy homosexual, me siento atraída por varones con gafas de pasta gruesa, pelo engominado y con las narices metidas en páginas de libros de filosofía. Sin embargo había algo en Lulú que me descolocaba. Su olor a vainilla y orégano, sus dientes blancos y perfectos, o su mirada lasciva. Lulú tenía una preciosa melena azabache. Sentía deseos de acariciarle el pelo, emanaba un brillo inigualable. Fantaseaba todas las noches con la imagen de Lulú, quitándome las bragas con su sonrisa lobuna, y acariciando con frenesí mi sexo. Sentada a escasos metros de ella, podía olerla, y me excitaba inexplicablemente. No quiero decir que sea perfecta, ni mucho menos. Lulú tiene defectos, sus uñas mordidas y atrofiadas, las rodillas huesudas y manchadas de césped, su voz grave y grosera.


Mi primera intimidad sexual con ella fue en los servicios del lavabo. Estaba sentada en el suelo, con las piernas abiertas, dejando ver su tanga rojo. Fumaba un porro y cuando me vio entrar no se dignó a cambiar de postura. La saludé tímidamente sin obtener respuesta y lavé con agua bastante fría, mi rubor. La oí reír bajito y por el rabillo del ojo vi que se levantaba y aplastaba el porro con su zapatilla rosa. Me excité cuando Lulú palmeó mi culo y metió su mano por mi falda. No intenté pararla, pues había provocado en mí una deliciosa excitación. Permití que sus dedos buscaran mi vagina para después pasarlos por mi clítoris. Aferré mis manos en el grifo y arqueé el culo hacia ella ofreciéndome, dándole a entender que aquello me agradaba. Cerré los ojos y oí su gemido mientras me masturbaba con su mano. Mordí mis labios, provocándome un hilillo de sangre. Lulú era una experta en el sexo, lo manifestaba en el ritmo apasionado que me ofrecía. Cuando llegué al orgasmo vi a través del espejo a Lulú detrás, acercando su sexo a mi culo y frotándose con él. Contemplé sus ojos blancos de placer, y sus labios entreabiertos dejando escapar alaridos. Podrían habernos pillado in fraganti, aquello nos excitaba aún más. Tuvimos suerte. Nadie entró. Lulú clavó las uñas en mis tetas cuando llegó al orgasmo. Como postre final, metió su lengua en mi boca y nos besamos con ímpetu.


Cuando separó su boca de la mía, mi saliva escapaba de mi labio inferior, y ella lo rescató con un lengüetazo. No nos dijimos nada y cada una volvió a su clase correspondiente. Fue la primera y la última vez que experimenté sexo con ella. Cuando la veo contoneando las caderas y pasando a mi lado con una sonrisa, pienso que la muy descarada disfruta siendo inalcanzable para quienes deseamos poseerla.


Arácnida.

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