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martes, 31 de enero de 2012

María Violeta

En invierno la encontré en una reunión de un club privado, al que me invitaron por conocer al dueño de la casa donde se celebraba. Antes de las campanadas cenamos con nuestros vestidos de fiesta y un antifaz puesto. Como no sabías quien tenías al lado guardabas tu intimidad y podías ser quien quisieras, lo mismo que los vecinos y vecinas.

Cuando sonaron las campanadas brindamos, nos quitamos el antifaz y nos saludamos y presentamos a todo el mundo. Me habían advertido que aunque conociera a alguien me presentara y que allí no conocía a nadie. Luego en la calle que siguiera saludando como lo hacía antes a posibles conocidos o conocidas.

Después de las presentaciones sonó la música y la gente comenzó a bailar de formas extrañas. Algunas parejas empezaron a mirarse y sin perderse de vista giraban y se sonreían de modo lascivo, otras muy pegadas trataban de bailar algo parecido a un vals, otros unían sus cuerpos y se restregaban mientras hablaban con los ojos. Quedamos algunas personas sueltas que no habíamos estado en reuniones anteriores y empezamos a imitar lo que veíamos lo mejor que pudimos.

Vi a alguna mujer con otra, o con otras, haciendo una danza que parecía africana. Con el cuerpo casi rígido, movían solo las piernas y daban saltitos, que meneaban solo algunas partes de su cuerpo. Paraban, reían y volvían a repetir. Otros grupos o parejas aprendían a bailar imitando a sus vecinos o vecinas, porque el baile les parecía original o difícil de realizar.

Enseguida sentí que formaba parte del grupo y me integré en los bailes. La gente comenzaba a quitase parte o todo el traje de fiesta. Vi una mujer morenita con la que me apeteció arrimarme y restregarme. Nuestro pecho erecto se frotó y nuestro sexo, receptivo y entregado se apretó y disfrutó.

Una mujer rubia y voluptuosa se me acercó por detrás, besó mi cuello, se abrazó a mí y empezó a restregarse. Notaba su pecho rayando mi espalda y su sexo intentando acoplarse lo mejor posible a mi culo redondito. Con sus manos primero en mi pecho y luego en las caderas, se restregaba con furia llevando mi excitación a una altura que no conocía. No me dejaba verla, mucho menos besarla. Al final me dejé hacer y pudo realizar lo que había estado pensando desde que me vio. Me fue relatando sus pensamientos y mientras me contaba lo que me estaba haciendo tuve mi primer orgasmo, entre espasmos y cachetes que pusieron mi culo redondito al rojo. Después la vi desmoronarse a ella. Me quité como casi todo el mundo había hecho ya, mi traje de fiesta y me moví por la habitación buscando nuevos contactos.

Allí estaba María, bajo una luz violeta, rodeada de varios hombres. Todos bailaban y giraban en una dirección y ella en la contraria. Se paraba delante de alguno, se miraban, tocaban o besaban y seguían bailando. Después de varias vueltas, ella unas veces de pie otras de rodillas, o tumbada sobre una piel de tigre, se fue deshaciendo de sus amantes. Yo esperaba manteniendo contacto visual disfrutando de la perspectiva y sin perder mi excitación.
Cuando vi que me invitaba con la mirada pensé que había llegado mi momento. Cuando me acerqué me pareció una mujer satisfecha y deseosa de más. Mi excitación se disparó. Ahora sin la premura de los primeros momentos y tratando de aprovechar el placer que se acercaba. Le fui susurrando al oído como la había admirado cundo la vi con su traje blanco en la terraza de verano; cómo pude disfrutar de su cuerpo, solamente velado por un lino transparente; le expliqué el ambiente de excitación que dejó en la terraza, incluyendo a los camareros; le detallé lo que tuve que hacer para dejar de pensar tan ardientemente en su cuerpo. Ella sonreía, a veces reía y no dejaba de culminar una y otra vez su excitación. Cuando vio que mi ardor había llegado al máximo, se apretó contra mí, y entre el placer del momento, después de verla culminar una y otra vez y el dolor de sus uñas clavadas en mi culito, tuve un orgasmo y me mojé las piernas como nunca lo había hecho antes.

Hoy, una semana después, aun me molesta sentarme, y al llegar a pedir al jefe un día de permiso he visto a su nueva secretaria. Me la han presentado como María.
                                                                                                                                Remedioss

1 comentario:

  1. Bueno...todo tiene su precio. Pero concluría que París bien valió una misa.

    Un relato extenso y rinco en descripciones que culmina con un momento de éxtasis bien logrado (para los protagonistas y para el lector)

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