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lunes, 26 de septiembre de 2011

Guía, Lala y Bela


Al atardecer del último día de la Temporada de las Flores, Lala, una niña alta y morena jugaba con Bela, más pequeña que ella, cerca de los riscos. Se acercaron unas mujeres mayores, y con una pena extraña a los ojos de Bela, le tendieron la mano y se la llevaron. Lala les siguió hasta lo alto del monte. Cuando llegaron allí, abrazaron a Bela y le mostraron el cuerpo de su padre, en una postura descoyuntada allí abajo, en medio de los riscos.
Bela se sintió indefensa y sola, y abrazó a su amiga. Desde ese día llevó la piel negra alrededor del cuello en señal de muerte, y de que no estaría disponible para un hombre, hasta que se la quitase. Colocaron el cadáver con sus mejores ropas en la fosa común, lo cubrieron de tierra, y el jefe del grupo, al no haber familiares adultos, ofreció vino y comida durante el acto social. Bela se acomodó en la cueva con Lala y con su madre Guía, una hechicera reconocida, que les fue instruyendo en su sabiduría. Las dos fueron creciendo y aprendiendo una labor útil y considerada en su comunidad.
Un día Bela quiso probar cómo sería estar protegida por un hombre, y con algunas indicaciones de Guía, eligió el día apropiado. Se quitó la piel negra del cuello a la vista de todo el mundo y se la ató al tobillo. Se fue alejando de la entrada de la cueva y enseguida varios jóvenes la vieron y la siguieron. Cuando se alejaron lo suficiente, la rodearon exhibiendo sus dientes en una mueca de sonrisa, mostrando su fuerza y su salud. El fuego de los ojos también era importante. Ruidos que todos conocían, dieron otra pista para decidir a Bela. Ella caminaba despacio por el interior del círculo, mirando, oyendo y acercándose a oler a cada uno de los que la solicitaba. Después de varias vueltas se paró delante de un joven delgado que parecía el más débil y se abrazó a él. Éste miró a los demás con gesto feroz y uno a uno se fueron alejando.
Bela y el joven se olieron, se chuparon y se acoplaron entre las pieles. Después de un rato de aceptación, se dirigieron juntos a la orilla de un pequeño lago. Se desnudaron y se metieron en el agua para purificarse y prepararse. Bela extendió las dos pieles un poco más arriba, en un sitio seco y esperó. El joven llegó preparado y empezó a lamer a Bela por todo el cuerpo, como había visto hacer a otros animales, deteniéndose más donde ella gruñía más suavemente. Al pasar el cinturón, como le habían enseñado sus mayores, dio unas pasadas rápidas, pero Bela le detuvo. Él levantó la cabeza y la miró extrañado, pero al verla sonriente, lo hizo una segunda vez más despacio. Ella le sujetó la cabeza, como le había explicado Guía que tenía que hacer y empezó a emitir unos gemidos más prolongados y suaves que los que él había oído otras veces. Se parecían poco a lo que le habían explicado, pero empezó a notar unos olores y sabores distintos, atrayentes y agradables, que le hicieron seguir. No era la mujer sumisa y estática que le dijeron que iba a ser, ya que no había estado con ningún hombre, cosa que le pareció raro pero agradable.
Cuando vio que no podía soportar por más tiempo aquella situación, se colocó en el lugar del hombre y horadó el cuerpo de Bela, que lo recibió sin el dolor que le habían explicado que podría sentir. La repetición de aquel acto lo controló Bela, porque le atrapó cruzando sus piernas por detrás y el joven que no era muy fuerte no tuvo más remedio que moverse como pudo y por fin abandonarse a la naturaleza. Después de dos respiraciones profundas y un último y prolongado abrazo con sus piernas, Bela se levantó y le dejó en el suelo, sobre su piel y poniéndose la suya se dirigió a la cueva. Iba contenta, feliz y plena. Ya tenía qué contar a su familia sobre los hombres. Fue la única que quiso probarlo.
Cuando se aproximaba, se volvió a poner la piel negra sobre el cuello, cambió la cara por una triste y dolorida y se fue corriendo a llorar en los brazos de su amiga Lala. Esta la llevó a su zona de la cueva, y empezó a confortarla. Cuando se quedaron solas, Bela empezó a sonreír. Aquella noche celebraron las tres, como siempre y a su manera, el paso del trámite del hombre.
Sin embargo no les dejaban en paz los varones jóvenes de la tribu. Les parecía raro que no quisieran la protección de ningún hombre, y siempre andaban mirando y gruñendo cerca de ellas. En una reunión que hubo con otra tribu de más allá de las montañas, Guía curó a un hombre muy grande, y urgió a Lala y a Bela a acercarse a él y darle de comer. El enfermo que vivía solo y era extremadamente alto y fuerte, pareció sentirse halagado por la elección de las tres mujeres.
Lala y su amiga no comprendían porqué les obligó su madre a hacer aquello, pero por la noche en la cueva, el joven se puso un poco aparte, con la mirada cómplice de Guía y estuvo durmiendo con otros hombres de su misma tribu, intentando ahogar los ruidos que todos conocían.
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