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jueves, 16 de diciembre de 2010

La pelirroja de la esquina

  
Hacia tiempo que la veia dispuesta apoyada en la esquina del edificio que hay frente a mi casa. Yo llevaba tiempo pasando cerca de allí, pero evitaba acercarme, ya que no era uno de esos hombres desesperados. Pero sucedió. Cegado por una borrachera tremenda y un cigarro en la mano, la miré detenidamente, acoplandome a sus atributos femeninos.Tenía unos preciosos labios carnosos, no era extraordinariamente agraciada, pero tenía un cuerpo bien formado, y un voluminoso cabello pelirrojo rizado. Lucia buen culo y unas tetas bien puestas, me miró cuando me acerqué a ella.
- ¿Que te trae por aquí?- preguntó mirándome de arriba a abajo.
- Quiero una tía a la que echarle un polvo esta misma noche.
Ella sonrió.
- Eso está hecho.
Con el repiqueteo de sus tacones subiendo las escaleras y una risita, entramos en mi pequeño departamento. Olvidé quitar los calzoncillos que reposaban sobre el respaldo del sofá y lavar los cacharros que se acumulaban sin piedad sobre el fregadero. La conduje con la mano puesta sobre su trasero a mi habitación, que era lo único que no estaba tan asqueado. Con una velocidad sorprendente me agarró por la corbata y me tumbó empujandome con fuerza en la cama, tenia los labios pintados de rojo, ese típico rojo que te mancha toda la ropa y deja los labios ahumados cuando el color va desapareciendo. La esperaba ansioso mientras vaciló si quitarse la ropa o no, empezó provocándome quitándose el abrigo, sacó del bolsillo un condón y lo dejó preparado a mi lado. Llevaba un corsé purpura y una minifalda de cuero con unas medias de rejilla, me moría por tener ese cuerpo y esa boca. Bajó unos centímetros su corsé dejándome ver una pequeña parte  de sus pezones rosados. Con una risita se quitó el corsé, se bajó la falda y después las medias. Llevaba puesto un tanga transparente donde podía ver su feminidad escondida, la raja con poco vello en su pubis, me lanzó el tanga a la cara, el olor de su sexo me excitó. Jugando con mi mirada, hizo un striptease tocándose los pechos, meneándolos y cerrando los ojos imaginando que era yo el que los tocaba. Mi pene se erguia duro y pedía a gritos a esa chica, después se masturbó allí mismo, mientras bailaba para mí, el primer chorro de sudor resbaló por su sien. Se mordió los labios y pronunció miles de gemidos, se puso encima con las piernas abiertas y me rasgó la camisa. Me quitó los pantalones y calzoncillos, desenvolvió el condón y me lo puso con la boca engullendome hasta su garganta una y otra vez, su tacto me estremeció. Ella olía a fruta mezclada con tabaco, sus manos me ponían a cien, acariciaba mis pezones y bajaba hacia el ombligo. Con fuerza e insistencia frotó mi miembro de arriba a abajo haciéndome soltar miles de gemidos que acalló con su boca. Colocó mis manos sobre sus caderas y cabalgó encima de mí, echando la cabeza hacia atrás, azoté su trasero, y pareció gustarle demasiado. Después metió mi miembro en su zona caliente y húmeda, la embestí con necesidad, sentía que explotaría en algún momento, lamí sus tetas y succioné, mientras rogaba que no parara, que la tratase como una perra. Sabia provocarme y hacerme estallar en mil pedazos, dejé un buen chupetón en su teta y ella dejó su huella en mi cuello. Mientras probamos posturas infinitas, finalmente lo hicimos a cuatro patas y fue cuando me corrí con la voz en alta, dejándole el trasero empapado. Ella rió, se tumbó boca arriba, mirándome con esos ojos que pedían más. Acaricié su clítoris, primero lentamente y después con tal frenesí que abrió más las piernas y se arqueó ante mi contacto, luego lamí su húmeda zona insistiendo en el botón de su placer, de arriba a abajo, de izquierda a derecha, el gutural grito de mi fiera resonó en toda la habitación y probablemente en todo el edificio. Cuando terminamos chupó mi miembro dispuesta a no parar, su lengua daba vueltas traviesamente sobre el glande, lo hizo con tanta pasión que me corrí de nuevo en su boca, agarré su cabello cuando mi cuerpo se sacudía. Abrió su boca para enseñarme como se lo tragaba todo ante mis ojos, limpió sus labios con la mano y se vistió con rapidez. Agotado, busqué en los bolsillos de mi pantalón el dinero para agradecerle la excitante noche que me habia ofrecido. Se bajó el corsé para depositar el dinero entre la raja de sus tetas. Las toqué y meneé, volví a succionar sus pezones, me miró lasciva y seguimos follando hasta que las horas quedaron olvidadas. Fue el golpe seco de la puerta lo que me despertó al día siguiente, las sábanas olían a puro sudor y a Dolce y Gabbana. Con una sonrisa, preparé un café que empapó el ambiente con su rico aroma, me di una ducha y dejé que la rutina del día transcurriese. En la noche volví a pasar por donde solia estar ella, con esa pose descarada. La pelirroja chupaba un Chupa Chups y volvió a mirarme provocando una tentadora idea de pasar otra noche entre sábanas y juegos sucios.

                                                                                                                      Arácnida

martes, 14 de diciembre de 2010

No Soy Hetero


Me llamo Alexia y soy heterosexual, al menos en principio.

Me gusta sentirme descubierta entre la multitud, notar esa mirada, en algunas ocasiones igual que la mía, cuando miro yo a alguien. Otras incomprensible, incluso sucia, que a veces en mi interior, no me importa, porque la deseo o la necesito. Esa mirada que te sigue y te atrae, te altera, te reblandece, te excita, te moja. 

Valoro la fuerza de una buena embestida, la sensación de no poder soportarlo y seguir más allá de mis límites. Esa complacencia de estar ensartada, dichosa, abandonada pero consciente. La fuerza que me destruye, reconstruye y reconforta. La sensación de abandonarme a su cuerpo y sentirme hendida, inundada, protegida...

Amo la libertad de vivir cada nueva relación como si fuera la última, la definitiva. Sus peculiaridades, lo que aprendo y enseño, lo que descubro y me descubren, utilizar y ser  utilizada, revivir mis propias fantasías y las de otras. Solo contemplar el límite en el futuro, con una neblina de deseo. Alternar el sexo con el amor sin ser preguntada, sin tener que dar explicaciones. Elegir el momento, el sitio y la compañía.

Pero también aprecio la suavidad, la dulzura, compartir y repartir mi cuerpo, la complicidad sin reparos, el saberme comprendida en mis deseos. Estar con una persona que conoce mis formas, porque son las suyas. Esa camaradería en las adversidades que todas compartimos, ese mundo que cosemos y llevamos rodando como mejor podemos.

Creo que más que heterosexual, soy heteroflexible.



 
REMedios

lunes, 29 de noviembre de 2010

Dominación


Alguna que otra vez habían coincidido en la cafetería, pero esos encuentros no pasaron de unas cuantas frases de cortesía. Fue en la comida de Navidad que organizaba cada año el laboratorio cuando, el destino, como creía él o la complicidad, como sabía ella se inició su relación.

Aquella primera noche con Anabel fue para Javier un soplo de aire fresco. Él, curtido en mil camas, disfrutó de su aparente ingenuidad, dulce, retraída.

De aquel primer encuentro habían pasado tres meses, en los que poco a poco fue tendiendo la tela de araña en la que Javier se dejó atrapar.

El móvil de Anabel sonó insistente, era Javier. Al día siguiente, volvió a llamarla, tampoco obtuvo respuesta. A las pocas horas, un escueto mensaje de Anabel dejó claras las reglas del juego: “Cuando yo digo, como yo digo. A las tres en mi casa”. El reloj marcaba las tres y cuarto, cuando sonó el portero. No hubo respuesta.

El móvil de Javier no paraba de pedir perdón, a las cuatro el portero automático liberó la entrada. Como si hubiera subido a pie aquellos cinco pisos, lo encontró Anabel ante su puerta, la respiración entrecortada, su corazón desbocado bombeando sangre y una excitación que recorría todos sus músculos. Al fin podría estar ante ella.


Chantilly

domingo, 28 de noviembre de 2010

Nostalgia de Hombre

Mariola me contaba cómo la llevaba en vilo por el pasillo, cómo se agarraba a sus hombros dorados, fuertes y suaves, cómo era devorada con fruición,con gula, sin el más mínimo recato, y cómo se sentía inundada, en lo más profundo de su esencia, por aquel hombre. Cómo casi no le daba tregua para recuperarse y volvía sobre sus pasos una y otra vez, perdiendo la noción del espacio y haciendo que el tiempo llevase un ritmo distinto para ellos. Un ritmo que antes no conocía.

Mientras me describía aquella vorágine, llegó un momento en el cual no la oía, solo la sentía. Veía a Mariola con una mezcla de admiración por las delicias conseguidas, por lo atrevida de la situación, por lo rápida que había estado en atraer aquel hombre; y un puntito de nostalgia por nuestra amistad pausada, casi olvidada, eclipsada por el sol de aquel varón.
He encontrado el huequecito que tiene en su corazón para mí, he visto mi nombre, Lilián, en pequeñito; lo he visto mientras ella terminaba de jadear y me pedía tiempo para asimilar y disfrutar el placer que había arrancado de su cuerpo esbelto. Lo he visto cuando posa sus ojos sobre mí, después del clímax, antes de una nueva entrega. A veces lo he percibido durante un minuto de placer, mientras gime y se desboca, abandonada al tiempo, a las circunstancias, a mí. Lo he abrigado en mi interior, lo he vivido, lo he disfrutado. Creía que era solo mío, que nadie más tendría acceso a ese lugar de su corazón, ni a lo más profundo de su esencia.

REMedios

La dulce y coqueta Ana




Ana era la tópica chiquilla que coqueteaba con todo hombre que se cruzase en su camino, aun así, tenia dulzura y encanto, nunca hacia nada por maldad o avaricia. Tenia una bonita figura, piernas voluntuosas, pechos grandes, firmes y exuberantes, y una forma felina de andar que a todos enloquecia. Yo me fijé en su preciosa melena rubia que rozaba su respingón trasero, y en esos ojos verdes que parecian puras esmeraldas, una mujer perfecta en todo caso. Por un tiempo fuimos eso, amantes de sábanas, dos llamas de fuego ardiendo en un solo espacio. La primera vez que coincidimos fué en un ascensor, bastó su sonrisa para que cayese rendido a sus pies, después vino el roce de su mano con la mia, sus ojitos verdes penetrandose en los míos, y luego la culminación de mi paciencia, el choque de sus piernas y la manera de lamer sus labios cuando los notaba resecos. Imaginé tocarla, descubrirla por dentro, acariciando sus pechos, su trasero, escondiendo las manos entre sus muslos. Soñé cada noche con tenerla a mi lado, calentando mi cama, mi cuerpo, mis labios, atrevida y risueña, tentando las horas que sobraban. Ana era una buscadora audaz, siempre terminaba encontrandome en alguna parte, despoblado, excitado, se acercaba con esa gracia suya, echandose la larga melena hacia atrás y mordiendose el labio inferior, pero no podia permitirme tocarla, era prohibida para mí. Era una adolescente alocada y sensual, por la que varia la pena volverse loco. Todos los dias la encontraba en el autobús, ambos en caminos diferentes, y casualmente, como el mundo es tan pequeño, la veia caminar en mi misma dirección, sonreía la muy descarada e iba más despacio cuando pasaba por mi lado, rozando insinuadamente mi bulto. Asi era Ana, un soplo de melocoton que perfumaba su cabello, un deseo inalcanzable que me hubiera gustado probar, imaginé acariciar su suave piel, rozar aunque fuese su boca bañada en gloss, Ana... el diablo vestido con minifalda de lino y camisa ajustada dejando entrever unos generosos pechos. Un día de esos en que el sol cegaba, me pareció verla, pensé que era un reflejo de mi imaginación, un destello de su rostro para atormentarme, para recordarme que no podia sucumbir a la tentación. Pero  estaba frente a mí, vestida con un vestido corto rosado que hacia juego con sus ojos verdes, mirándome con picardía, incitandome a tocarla, pues su mano cogió la mia y la llevó a esa parte recóndita que muchas veces habia soñado cada noche. Me estremeció el contacto de sus bragitas, ella rió y siguió guiando mi mano hacia su zona intima y caliente, no pude soportarlo más y la pegué a mi cuerpo, besando con furia su boca, rindiendome a sus encantos, a su insolencia. Subí su falda y mientras Ana gemia, acaricié su cuerpo, impregnandome de su olor, la suavidad de sus muslos, el ángulo de sus pechos, donde escondí la cabeza entre ellos. Ana agarró con fuerza mi pelo y tiró mientras se arqueaba hacia atrás, pidiendo más, yo tenia tanto para darle y temor al mismo tiempo, no queria perder el control, no con aquella criatura hermosa de diecisiete años que parecia un ángel. Toda la fibra de mi cuerpo se excitaba ante su contacto, sus manos desabrochándome la bragueta y tomando mi miembro entre sus manos, su boca buscando con desesperación la mia, sus piernas abiertas, los ojos cerrados. Invadí su boca con mi lengua, explorandola, intentando formar parte de ella, queria beber de su piel, hacerla mia, hasta que perdiese la cuenta. Pero sabia que aquello no estaba bien, Ana suplicaba mi cuerpo, mis besos, y yo no sabia que hacer, no bastaba con acariciar su cuerpo con mis manos y recorrerlo con mi lengua hasta hacerla gritar, yo queria más y ella también. Al despuntar el alba e ir a mi respectivo trabajo, no dejaba de pensar en ella, tenia el tatuaje de su barra de labios en mi camisa y en mi cuello, y a pesar de que intenté ocultarlo, los demás imaginaban que una mujer calentaba mi cama. Deseaba que acabase la jornada para verla esperarme en el portal, con sus piernas descubiertas, y sus zapatillas puma. Una risita se escapaba de entre sus labios cuando me acercaba vacilante a ella y poseia su boca con pasión, pellizcaba su trasero y la inducia a entrar en mi piso para quitarnos la ropa sedientos, y acabar desnudos e incompletos, pues no la habia penetrado aun y aunque me moria de deseo por ella, sabia que no merecia que un hombre de treinta y cinco años como yo, se aprovechase de su inocencia. Ana no era virgen, sus maneras de coquetear y hacer excitar a un hombre llevandolo a la locura con su lengua y manos, revelaba que ya habia entregado su cuerpo a algún afortunado. Pensé pues acabar con lo nuestro una mañana, empezé a besarla desde los pies a la cabeza, rememorando cada parte de su cuerpo, después la toqué con lentitud, con frenesí hasta que ella se retorció de placer y llegó al orgasmo. Me miró con ojos brillantes, sabia como yo que aquello habia llegado a su fin, me dedicó una última sonrisa y me besó jugando con su lengua dentro de la mia, poniéndome a cien. Decidí controlarme y nos vestimos con todo el tiempo del mundo, aun así ella decidió lamer mi miembro por última vez, e hizo que llegase por igual. Ya ha pasado un tiempo de eso, pero aun la recuerdo, sigo recorriendo la misma acera en donde me la solia encontrar, aquellas noches cuando solia hacer un  streptease moviendo lentamente sus caderas, y se movia de arriba a abajo, provocándome, recordaré su forma de lamerse los labios cuando comia un helado de chocolate o estaba a punto de alcanzar el climax. El autobús parece vacío sin ella, y aun me resulta extraño entrar en el portal y no verla aparecer, tumbarme en la cama con las sábanas aun calientes y oliendo a ella. Levantarme solo, sin el roce de un mecho suyo en mi mejilla y su aliento dandome los buenos dias mientras se subia encima de mi, dispuesta a un festin de caricias y juegos. Ana, mi siempre ella, la fruta prohibida, el veneno mordido en mi piel.

                                                                                                                                                                   Arácnida.

viernes, 26 de noviembre de 2010

MOJANDOLO TODO




Salimos tarde del concierto y como el resto de la gente, nos fuimos a uno de los bares que había alrededor a tomarnos algo. Entramos en el local y este no tardó en llenarse, pero a nosotros nos dio tiempo a ocupar una de las mesas del fondo donde la luz era mas tenue y apenas molestaba.
Mike se levantó a por un par de copas de vino y al sentarse sin mas preámbulos me dijo como siempre bromeando :
- Y ahora dime…¿Cuál es una de tus fantasías sexuales habituales?
Yo me puse nerviosa, no por esta chanza suya, que era una de tantas, sino porque me di cuenta que la gente de las mesas de alrededor le habían visto venir con el vino y habían escuchado la pregunta y ahora mas de uno se había callado y estaba bien atento a mi respuesta, así que le dije:
- Mira, una de mis fantasías sexuales mas habituales es que voy al cine. En una de las salas están poniendo una película porno, me acerco a la taquilla y pido una entrada para esa película, el señor con barbas que hay tras la cristalera me da la entrada mientras mira mis pechos que se insinúan generosos debajo de esta camiseta verde tan escotada. Entro al cine, la historia ya ha empezado hace rato, están en plena acción, cuerpos desnudos tocándose, amándose, mezclándose. Veo a la gente difuminada por la sala y me siento al final donde casi no hay nadie. Elijo un asiento dos butacas mas adentro del pasillo y noto que al final de mi fila un señor se escurre en su asiento y adivino el movimiento rítmico de su brazo que acompaña a los jadeos y quejidos de los altavoces. De repente un extraño se levanta de su lugar y sin dejar de mirar la pantalla para no perderse ni un solo detalle se sienta a mi lado. Le miro, es alto, fuerte, bien parecido, enseguida pone su mano sobre mi rodilla y las yemas de sus dedos van levantando mi falda, subiendo por mi pierna, haciendo círculos prometedores sobre mi carne. Veo mas adelante que algunas chicas se levantan de sus asientos para desaparecer agachadas entre las hileras de butacas. Los dedos de mi acompañante están jugando entre mis muslos, en ese momento un escalofrío me recorre por dentro, la respiración me delata pero consigo controlarme. Detengo su mano y con los ojos le indico un gesto hacia su pantalón, él enseguida entiende el mensaje, así que desabrocha su cinturón, y en la semioscuridad escucho abrirse su cremallera, al momento me enseña orgulloso su sexo erecto, entonces le sonrío es una señal de aprobación, me gusta lo que me muestra y por el momento para continuar es suficiente.
Venga, Mike vámonos se nos va a hacer muy tarde.
- Ahora soy yo el que no puedo levantarme de aquí -responde apurado Mike-
- Te jorobas, eso te pasa por preguntar.
Pero yo, si que pude levantarme y Mike no tuvo mas remedio que seguirme, ante todos los que nos habían estado escuchando a nuestro alrededor ahora yo me sentía bien orgullosa de cómo mi amigo Mike llevaba abultada su entrepierna.

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martes, 16 de noviembre de 2010

Casí como la primera vez



Era de noche cuando decidí coger la maleta y meter en ella todo lo que necesitaría. Él no estaba, habia salido un momento a por comida china, era mi oportunidad para salir corriendo, huir para siempre de su lado. La puerta se abrió, me sobresalté cuando lo vi ahí, con el rostro casi descompuesto, dejando la bolsa de la comida en la mesa. Al ver que no se movia y que mi maleta ya estaba hecha, me dispuse a irme cuando me agarró del brazo.

- ¿ adonde vas?- preguntó mirando la maleta sostenida en mi mano.
Tragué saliva, en el fondo no queria irme, pero no debiamos continuar así.
- me voy, creo que es lo mejor.
- ¿ porqué? ¿ es que acaso ya no me quieres?- me miró con dulzura, y yo no sabia que hacer, ¿ deberia irme? ¿ deberia permanecer para siempre a su lado?
_ ¿ Y tu, me sigues queriendo?
_ Marta yo...
_ Ya hace tiempo que lo nuestro no es lo mismo Pablo.
- Déjame demostrartelo.
_ ¿Como? - Y me besó, un beso que hizo que mis movimientos quedasen estáticos, afligidos. Aparté mi boca de la suya, sentí los labios calientes, dolidos.
- Pablo, esto...- no pude decir más porque él volvió a agarrarme de la cabeza y posó su boca con fuerza sobre la mia, dominándome. Lo más extraño es que esta vez no quise desprenderme de él, ni de sus brazos, ni de sus labios. Dejé caer la maleta e hizo un golpe seco cuando se estampó contra el suelo, mi cuerpo se pegó a Pablo, acto después terminamos tumbados en el frío suelo del parquet, con la ropa quitada, con los cuerpos dispuestos. Con delicadeza, acarició cada parte de mi cuerpo, con lentitud, con todo el tiempo del mundo. Yo ignoraba esa faceta suya, hacia tanto tiempo que no haciamos el amor que  parecia la primera vez. Pero súbitamente, nuestro deseo aumentó, lamió de arriba a abajo todo mi cuerpo, prestando mayor atención a mis pezones, trazando espirales sobre cada uno de mis pechos, gemí debajo de él, queriendo más. Jugueteó con su lengua deteniendose un instante en mi ombligo y luego llegó al centro de mi ser, escondiendo la cabeza entre mis muslos, apretando, succionando, haciéndome temblar de placer, dando vueltas con su lengua, hasta  parar, para ofrecernos nuestra primera mirada, y continuó, un recorrido húmedo haciendo piruletas por mi clitoris, su dedo jugando con mi boton del placer, cerré mis piernas en un arrebato. Me las abrió de nuevo y volvió a lamer mi sexo, dispuesto a que yo gritase y me arquease como una loba en cero, después inundó mi boca con sus besos, compartiendo el aliento de su pasión, dejándome sin apenas respirar, siendo esclava de su lengua. Esposó mis manos con las suyas y me puso encima de él, con su duro miembro rozando mi clitoris, se movió de arriba a abajo, frotando, teniéndome paciencia, hasta que me penetró, una oleada de placer me inundó por dentro, un cosquilleo erizó mi piel, la cadena de sus jadeos atándose en mi boca. Una sacudida, otra más, sus ojos en blanco, yo cabalgando encima de él, sintiendome la dueña en aquel momento.
- ¿ Te gusta,eh?- me susurró al oido.
Apenas podia hablar, me limité a morderme los labios, atrapando el olor de nuestros cuerpos, pidiendole con la mirada que no parara. Cuando percibí que su miembro estaba más caliente y que su respiración era más agitada, me aparté de él, y  le ayudé a ponerse en pie sujetándole fuertemente las manos, cogí una silla y lo senté con fuerza, dominandolo, siendo su gata salvaje. Me senté sobre él y comencé lamiendo sus pequeños pezones, y lo masturbé con mi mano, hasta llevarlo al limite más insospechado donde nunca antes me habia atrevido, luego metí su miembro dentro de mi una vez más. Se relamió los labios, el fuego de la chimenea se extinguia, pero nuestro fuego era imposible que se apagara en esos momentos, en la estancia sonaba careless wisper, una balada perfecta que acompasaba nuestros salvajes movimientos. Cuando empezé a sentir el orgasmo acercarse, Pablo apretó mis nalgas y sus embestidas fueron más fuertes, dejando escapar de entre sus labios pequeños jadeos, dándome a entender con mirada lasciva, que también iba a compartir conmigo el momento del climax. Un grito gutural se escapó de mi boca mientras enterraba mis manos en su cabello, acercando su rostro en mi cuello, arqueandome bajo él, Pablo gritó más fuerte y de repente, su eyaculación caliente dentro de mí. Ambos exhaustos, compenetrados, dos masas sudorosas incapaces de despegarse en un solo momento.Un juego de miradas, una pequeña llama encendida en nuestras pupilas, los labios casi borrados, mojados de nuestro pecado, una risotada haciendo de fin cuando la canción hubo terminado.
 
         

                                                                                                                               Arácnida.

domingo, 14 de noviembre de 2010

La Ronda de Adela



Había quedado con Adela para ir al Ministerio a entregar no sé que papeles. Su hermana había ido el día anterior sin ningún éxito. Hoy estaría el funcionario en cuestión y lo solucionaríamos rápidamente, después iríamos a mi casa, no estaban mis padres y podríamos estar un rato solas. Cuando llegó Adela salieron en la conversación los hombres. Ella decía que de ninguna manera iría nunca con un hombre, para nada, no le llamaba la atención lo más mínimo, no quería ni provocarlos siquiera, tal era su interés por el sexo masculino. Nos encontramos a su hermana que nos explicó que los funcionarios eran mayores y no nos iban aponer fácil. Adela siguió con sus disquisiciones, yo estaba pensando como solucionarlo lo más rápido posible. De pronto corté a Adela y le dije ya sé como lo vamos a hacer. Os diré que mi amiga está un poco pasada de peso, pero proporcionada, es decir, tiene unas piernas recias que endurece con sesiones maratonianas de escaleras, nunca coge el ascensor, con lo cual tiene piernas y glúteos grandes, bien formados y prietos. Tiene unos pechos inmensos que me vuelven loca y que nunca me acabo, por mucho que me los coma, siempre queda donde comer o lamer.
Le expliqué mi plan a mi amiga y un poco en contra de sus principios lo aceptó. Entró ella sola, yo miraba con disimulo detrás de una revista de las de Ministerio, seguramente la tenía al revés, pero nadie miraba la revista, ni desde mi lado ni del lado de los funcionarios que estaban solícitos y amables a más no poder con  mi amiga. Yo estaba excitada y celosa a la vez de ver a tanto hombre seguirla con la mirada, igual que yo, pero era mía, no de aquellos hombres. El caso es que terminó enseguida, salió mordida por todas las miradas, incluida la mía. Ese día sabía que nada más llegar a casa, corriendo a mi habitación, cerrar la puerta y a devorar el cuerpo que había sido mordido y no quiero pensar qué cosas más por aquellos viejos verdes.
Cuando estuvimos en la puerta del Ministerio y mientras salíamos a la calle le dije con cierta rabia y premura: bájate ya la falda so puta.
REMedios

jueves, 11 de noviembre de 2010

Isadora

                                            
Mi amiga la Camionero, me había llamado para que viéramos a Isadora que vivía en el piso de abajo, en nuestro mismo patio. Allí estaba ella,  en la ventana con una camiseta de cuello de barco, de las de estar por casa. Parecía molesta, se movía con dificultad y gestos imprevistos. Esto le podría perecer a cualquier vecina que la estuviera viendo, pero nosotras sabíamos lo que estaba pasando. La Nena, seguro que estaba debajo de ella, sentada en el suelo y con la cabeza entre sus muslos.
Al principio se comportaba como si no estuviera muy conforme y le ponía dificultades a su empeñada amante, luego permaneció estática unos momentos y por fin se abandonó. Mi amiga me decía: ya se ha entregado, es el mejor momento, es cuando se deja hacer, es el que más me gusta. Mientras decía esto, se colocaba detrás de mí y empezaba a hablarme muy cerca de la nuca, marcándome en el cuello cada sílaba con el aire de su voz. Sus manos ya habían alcanzado mis senos y sus dedos mis pezones. Se empezaba a rozar, al principio suave luego más fuerte, recorriéndome con sus pechos. Podía notar sus pezones dibujándome en la espalda, luego venía a apretarse el centro de sus piernas en mis caderas, primero una, luego la otra. Mientras, me recordaba la dureza de sus pezones. Por fin se quedó en mi cadera derecha y empezó un movimiento circular de su pubis, demandándome que metiera mi mano bajo su pantalón corto y que la hiciera gozar, con la vista de la cara cada vez más desencajada de Isadora. Sabía que ese era su momento. Yo solo quería ver a la vecina de abajo.
Enseguida metió la barriga para desabrocharse un botón y permitirme colocar mi mano dentro de sus braguitas, ya mojadas. Como otras veces, sabía que ella cerraría los ojos y reviviría sus propias fantasías. Yo seguía mirando a Isadora y tratando de sentir lo que sentiría la Nena perdida entre sus piernas. Yo lo haría muy despacio, saboreando cada lamida, como si fuera el último alimento antes de un prolongado ayuno. Solo aceleraría el ritmo en el último momento, cuando ella me lo rogase.
La Camionero, parecía muy dura, pero con cuatro vueltecitas alrededor de su centro de placer, me estaba urgiendo a que me concentrara, que rozara su yema para hacerla sentir y me dejara de prolegómenos; aquello era excitación plena, no una sesión de placer de la de todos los días.
Yo revivía mi única relación con Isadora, aquel día en la playa, y comparaba la excitación que le provoqué con la que sentía ella ahora. La Camionero no podía más y me lo anunció. Cerró fuertemente las piernas, se dobló y a duras penas se agarró a la ventana mientras yo intentaba seguir dándole placer. Me agaché a su lado y continué despacito, mientras la besaba la boca con delicadeza; estaba dando los últimos estertores y me miraba agradecida. Cuando al final nos pusimos otra vez de pie, frente a la ventana, vi como Isadora comenzaba a tener unos movimientos compulsivos, no podía controlarse y no le importaba. Se agarraba fuerte a la ventana, sacaba la pelvis hacia atrás para permitir mayor contacto y poder abrir más las piernas. Segundos después se arrimó a la ventana y parecía que iba a salirse por ella por la forma en la que apretaba su cintura. Respiró tres veces, como un búfalo en celo y me miró satisfecha. En ese momento llené la cara de la Camionero con mis jugos y mis pezones me dolieron de señalar a Isadora con tanta intensidad.
REMedios

martes, 9 de noviembre de 2010

JUEGOX

¿Quieres volar?      

Cuando me susurraron al oído esta frase no sabía que era el comienzo de un terremoto que sacudiría mi vida, derrumbando todo lo que había sido hasta entonces.
            Ese viernes, salí solo, no sabía a donde ir, iba deambulando por la calle y me llamó la atención aquel sitio, estaba tranquilo, casi sin gente, me senté en un rincón con una copa, no esperaba demasiado de la noche.
 Ya creía que se había acabado el viernes cuando entró un grupo de chicas, se lo estaban pasando en grande. Estaba claro que habían bebido un poco. Pensé que estaban celebrando algo, una despedida de soltera, un cumpleaños o algo así.  Eché de menos a Rafa, yo solo no tenía valor para acercarme a ellas. Con él, la habríamos liado. Que les iba a decir yo, no se me ocurría nada interesante, siempre era Rafa quien hablaba, por él y por mí.
Sólo miraba y me excitaba, acaloradas se quitaban la ropa y mi pantalón vaquero iba a estallar. Cerré los ojos y tomé un trago largo de mi copa. Sentí un aliento tibio en mi cuello susurrándome. Un escalofrío recorrió mi espalda desde la nuca. Cuando me quise recuperar, ya no había nadie y sólo me quedaba un perfume en el ambiente y un papel rojo, con un número de teléfono.
Por supuesto llamé enseguida, sonó un buen rato, creía que no me iban a contestar y mi pequeña aventura se iba a acabar allí. Cuando oí:.-Avenida de la Luz, número 36. Intenté hablar, pero me repetían:.-Avenida de la Luz, número 36, y colgó.
¡No podía ser cierto! no me iban a creer. Me sentía como el protagonista de un spot publicitario, Por fin  me estaba pasando algo que podría contar el lunes.
Cogí un taxi y al rato estaba llamando a la puerta. A partir de ese momento todo es muy confuso. Recuerdo la puerta, el sonido del timbre y a mi cabeza vienen flashes, donde me veo como un loco al que no reconozco, pero…. bendita locura que me ha hecho subir a planetas húmedos con olor a sexo, donde yo era el dominador que poseía labios que gemían, senos que se desbordaban entre mis manos, cuerpos calientes y sudorosos restregándose en un delicioso vaivén, incesante y rotundo. Me sentía liberado, poderoso. En unas horas viví más, que en mis veintitrés años.
Pasé las dos semanas siguientes sin salir de casa, reviviendo todo una y otra vez. Ahora, no estoy seguro de que haya pasado en realidad. Demasiadas copas….yo que sé. Te estoy contando esto, por que sino me voy a volver loco. ¿Tú que piensas?
.- Perdona,  está sonando el teléfono.
¿Diga?
.- ¿quieres volar?

La oscuridad, mi cómplice

Levanto la vista. Está frente a mí. Lleva puesta la camiseta color azul, muy ajustada, que tanto me excita y unos vaqueros que no deja lugar a la imaginación. No puedo apartar la mirada de ese culo tan prieto y redondo que tiene. Se acerca y, como siempre, agacho la cabeza cuando pasa por mi lado. Otra vez sin saludarme. Ni siquiera sabe que existo y, menos aún, que me derrito cuando está cerca de mí.
Por una vez voy a ser distinta: lasciva, sensual, provocativa, lujuriosa, libidinosa,… Llevo tiempo pensando en un plan que me permita acercarme a él, saborear sus besos, sus caricias, sentirlo dentro de mí, experimentar su agitación cada vez más hasta llegar al orgasmo,… Y por fin hoy es el gran día.
Es de noche. Las luces de la ciudad se apagarán en protesta por la subida de la luz. Ése es el as que guardo bajo la manga. Al salir del trabajo lo persigo para adivinar donde vive. Casi me descubre, pero al no fijarse nunca en mí no me ha reconocido. ¡Bien! La primera parte del plan ha sido satisfactoria. Salgo del edificio y me dirijo al Burger King de la esquina. ¡Qué comida más asquerosa! En los servicios saco de mi bolsa todo lo necesario para esa noche. Lo primero en quitarme es la falda gris, larga hasta los tobillos, y la camisa blanca. Observo mi ropa interior, ¡qué fea es! Tanto las braguitas como el sujetador son de color beige sin ningún tipo de adorno. Me las quito, las guardo en una bolsa y me coloco un corsé rojo y negro con encajes y un tanga a juego. De pie comienzo a ponerme las medias, pierdo el equilibrio y caigo al suelo. Al levantarme, me siento en el váter y me las coloco con mucho cuidado. Por último me pongo el liguero. Para completar el cambio de imagen y dejar de ser una monja por una vez en mi vida, me suelto el cabello recogido por una pinza, dejándolo caer. Lo peino con delicadeza para no estropear los tirabuzones rubios que caen sobre los hombros semidesnudos. Me pongo una gabardina negra.  Saco de la bolsa unos tacones negros altísimos. Escondo la bolsa con la ropa y las gafas dentro de la cisterna. Me dirijo hasta el tocador y me pinto los labios rojos, aumentándolos de grosor. Coloco lentillas en mis ojos azules claro, los pinto de color negro y, con ayuda de un rizador, rizo las pestañas, haciéndolas interminables con una máscara negra. Guardo el maquillaje en el bolso negro. Espero hasta la hora del apagón. Diez minutos antes de que éste se produzca salgo y me dirijo hacia su piso. En el momento del apagón estoy en su puerta. Espero.
Se apagan las luces. Llamo a la puerta con los nudillos. Abre en seguida. Lleva una linterna en la mano. Se la quito y la apago. La habitación no queda a oscuras. Por el gran ventanal asoma la luna llena derramando su luz en el interior de la estancia. No me deja pasar porque no me reconoce. Llevo el índice a mis labios para pedir silencio. Abro mi gabardina mostrando el apretado corsé color negro y rojo que estiliza mi pecho y acentúa mi cintura de avispa. El tanga es tan pequeño que apenas se percibe. Sus ojos no caben de gozo ante el espectáculo que se le muestra: una rubia explosiva y buenísima pidiendo guerra. No aparta la mirada de los enormes pechos que sobresalen. Después recorre el cuerpo poco a poco deteniéndose en cada curva, tan peligrosa como perfecta.  ¡Se le hace la boca agua!
No le doy tiempo a reaccionar. Consciente del poco tiempo que tengo para cumplir mi deseo, cierro la puerta con el tacón y, abalanzándome sobre él, empiezo a desnudarlo con avidez. Se resiste. Pero es tanto mi deseo que no paro de besarlo, de abrazarlo contra mí con fuerza, de tocar su miembro hasta que la lujuria puede más que él y acaba cediendo a mis peticiones. Su cuerpo musculoso denota el entrenamiento diario al que lo somete. Me lleva a trompicones hacia la cama, chocando varias veces contra la pared. Por el camino empieza a desvestirme. Me quita el corsé para tocar mis enormes pechos. Me apoya en la pared y me come los pezones y todo el pecho. Me besa el ombligo arrancándome el tanga.
-          Túmbate en el suelo, zorra. Lo hago sin rechistar.
Me toca los labios mojados con la punta de sus dedos, introduciendo el índice dentro de mí. Lo saca y lo chupa con gusto. Al llegar a la cama tengo por únicas prendas el liguero y los tacones. No aguanto más. Me monto encima de él a horcajadas. Siento cómo su erecto miembro me penetra con fuerza y lujuria. ¡Parecemos dos salvajes a quiénes hay que domar! Busco su boca y, al encontrarla, nos besamos, nos mordemos y nos lastimamos sin ningún reparo. Su respiración se vuelve agitada. Dejo de besarlo para centrarme en mi propio placer. Mi imaginación se queda corta en comparación con lo que estoy sintiendo. Cada vez más. Ahogamos nuestros gemidos con un largo y tierno beso. No le doy tiempo a respirar al pedirle que me coma el coño. Al acariciarlo dice que le fascina que esté depilado. Me abre las piernas y empieza a tocarme con avidez. Es un experto. Noto como me lame, me come,  por todas partes, centrándose en el clítoris. En poco tiempo me he corrido de nuevo. Ahora le toca a él. Su pene está flácido. Al darle unos cuantos lametones y succionarlo un par de veces se pone de nuevo duro como una piedra. Juego con la lengua en su cabeza durante unos instantes. Me coge del pelo obligándome a comérsela entera. No le hago esperar. Me encanta el olor a sexo que desprende. No puedo evitar volver a excitarme. Ésta vez es él el que no aguanta más. Me pone a cuatro penetrándome sin delicadeza, subiendo de ritmo con cada embestida. Lo siento más que nunca. Su mano derecha busca mi clítoris. Lo frota sin compasión. Nuestro grado de excitación es peligroso. Los cuerpos bailan solos, sin dejar de moverse ni un sólo instante. El sudor nos empapa. Las guarrerías que me dice al oído cada vez me excitan más. Un agudo chillido unificado anuncia la culminación de nuestro placer. ¡Ahhhhh! ¡Uhhhh!
Espero a que se quede dormido para escapar de allí.
Al día siguiente en la oficina todo sigue igual, excepto la gran sonrisa que le delata y mi cuerpo dolorido. ¡Nunca olvidaré aquel polvo! Y creo que él tampoco.
Andrómeda

lunes, 8 de noviembre de 2010


Para tí, Drácula querido.

http://www.youtube.com/watch?v=Wp9u_6aw5TA&feature=related

He escrito este breve poema en dedicatoria a Drácula, si, pues para mí, es una historia especial y peculiar, una de las mejores historias de amor y terror, a ti drácula, que hiciste temblar este mundo de odio y delirio.

Esta es nuestra verdad,
el secreto que guardaba mi alma,
el secreto que escondia tus labios,
mi existencia llegó a su fin cuando te encontré.

Fué el sonido de tus palabras lo que me llevó a ti.

Aún sigo sintiendo el corazón latir en mi pecho,
percibo en el aire tu aroma, 
el frio de tu aliento escapandose de tus labios en mi cuello,
tus dedos atenazando mi piel,
muriendo en tus brazos,
si, estoy extinguiéndome poco a poco.

La ventana de mi habitación sigue abierta por si decides velar mi sueño,
a veces creo distinguir las manchas carmesí de tus pupilas acechando en la oscuridad,
aún después de todo, te seguiré amando,
dejando que tu recuerdo quedé sellado en mi alma.

¿ Qué te hizo morir?
oh vida mia, ¿ que te hizo hacerlo?,
Aún sigo esperando por tí,
hasta que nuestra historia quede reducida a cenizas.

Arácnida.

Una noche inolvidable

Aquella noche fue la mejor que tuve en muchos años. Era verano, un tiempo ideal para lucirme con un vestido corto que compré en rebajas. Decidí adentrarme en un púb donde algunos atrevidos ojos reparasen en mí, Y lo conseguí. Ahí estaba él, envuelto en virutas de humo y botellas de cervezas, mirándome sin pestañear, relamiéndose los labios e imitando una pose similar a Rhett Butler. Sentí un sudor frío en todo mi cuerpo, incluso distinguí una sonrisa ladina, peligrosa. Me acerqué a la barra sin quitarle los ojos de encima y me pedí un blude mary, brindé por él, por una esperada noche entre sus brazos. No sé como ocurrió pero mis pies empezaron a caminar en su dirección, un roce en su hombro y un suspiro lejano. Me fuí al servicio y me quedé entre la puerta y la pared, deseando que él iniciase el encuentro. Sonreí cuando lo ví caminar a mí, mirando hacia atrás, teniendo cuidado de que nadie reparase en nuestra presencia. Me agarró del brazo y nos metimos en el servicio femenino, cerrando la puerta del aseo, comiéndonos la boca como locos, compartiendo fluidos, desaliento. No hubo palabras, tan solo éramos dos sombras medio desnudas metidas en un cubículo, descubriéndonos la piel, nuestros rincones más ocultos. Le mordí los labios mientras su lengua jugaba dentro de mí boca, rasgué su camisa manchada de cerveza, y puse mi mano entre el bulto que sobresalia de sus pantalones, le provoqué una sensación sumamente lasciva, con desesperación, me arrancó la ropa, tomó mis pechos en su mano y los sacudió como si nunca hubiera tocado unos. Después los besó, su lengua recorria con humor mi aureola, eso me provocó un estremecimiento de placer que enseguida, empapó mis partes más intimas.Con rápidez se quitó los pantalones, quedándose como dios lo trajo al mundo. Apenas tuve tiempo de mirar la forma de sus pectorales o algún detalle de su anatomia, solo me ví reflejada en sus ojos de chocolate, a esta mujer que moria de placer y deseo. Con un gemido, lo suscité para que me hiciese suya, pues yo no podria soportar más la espera, agarró mis caderas y me pusó entre sus piernas, mientras me penetraba con frenesí, el cubículo temblaba ante nuestros violentos movimientos, sin importarnos las presencias que entraban y salian del servicio, alteradas, murmurando lo vergonzoso de nuestra actitud. Tampoco me importó el continuo roce frió de la tapa del váter, ni el suelo encerillado de huellas sucias. Solo me importaba ese momento loco y desenfrenado, nuestros gemidos encerrados en nuestras bocas que no paraban de unirse sin dejarse respirar. Y de pronto, aquella violenta sacudida, esa electricidad que subia desde mi parte más intima hasta mis pechos, para salir a gritos por mis labios, gritos que él acalló tapándome la boca, él me siguió, sus ojos se desencajaron, los labios rojos, mordidos por mi pasión, una última sacudida como si se le fuese la vida y un grito ahogado, estirandose como si no pudiese soportar tanto placer. Después quedamos abrazados, exhaustos, mojados por nuestro sudor, sonriendo por desahogar nuestro espiritú, por aliviar nuestra soledad, por haber complacido a nuestra excitación. Nos vestimos en silencio, yo temblando bajo mi vestido, él respirando agitadamente. Salimos con cuidado para que nadie nos descubriera, disimulando que éramos nosotros lo que estabamos allí metidos, devorándonos. Nos dimos una última mirada, un adiós y una nota que él dejó escurrir en mi escote, un papel donde estaba escrito su teléfono y su dirección.

No fuí a buscarlo, pues aquella noche éramos dos personas que buscaban el calor, el contacto, no quise aferrarme a días sin dormir, ni buscaba sentirme utilizada, no sé lo que habrá sido de él, pero esta noche quizás decida volver a aquel pub donde tuvimos nuestro encuentro caliente,tal vez lo vea, o no, pero todo está en intentarlo.

Arácnida.

Planes

Hasta el último momento intentó disimular su impaciencia ante los niños, pero no puedo resistir mirar de nuevo el reloj, -ya eran las 7:30 y Juan llegaría en apenas una hora-pensaba, mientras desde la puerta despedía con una sonrisa de complicidad a su hermana Angélica.
Le sudaban las manos, dudó un instante por donde empezar. Se dirigió al frigorífico. Colocó sobre la barra de la cocina los aperitivos que había preparado por la mañana y descorchó una botella de vino blanco.
Le hubiera apetecido tomar un baño, pero no había tiempo, se dijo mientras terminaba de pintarse las uñas.
-Qué silencio-, dijo Juan.
-Si, mi hermana se empeñó en llevarse a los niños al cine y he pensado que se queden a dormir con ella-.
-Perfecto, hoy hay partido de la “Champion-, dijo mientras subía las escaleras camino del baño.
Los ojos de Andrea se clavaron en su nuca. No estaba dispuesta a echar por tierra su plan. Le faltaba el aliento, en parte por la subida precipitada de las escaleras, en parte por las ballestas del corsé. Con las prisas casi le hace una carrera a las medias, le volvían a sudar las manos.
Juan estaba terminando de secarse la cabeza con la toalla cuando sintió una ráfaga de aire que se llevó rápidamente el vaho del baño. Con la toalla aún en sus manos y una mueca de asombro en la cara recorrió de arriba abajo la figura de mujer que se reflejaba en el espejo. Un leve movimiento de cabeza le invitó a seguirla. Tardó en reaccionar, con la boca entreabierta y paso torpe entró en el dormitorio.
De pie frente a él estaba Andrea. Intentó articular unas palabras, pero le mandó callar acercándose el dedo índice a la boca. Flexionó ligeramente su pierna derecha y apoyó la punta del pie en el filo de la cama. Lentamente fue liberando las medias de los enganches del ligero. Juan, desconcertado, se sorprendió ocultando con la toalla una vertiginosa erección. Andrea sonrió pícara. Con una mano retiró la toalla y con la otra recorrió el ariete que se movía impaciente por entrar en acción. Con un leve mordisco obligó a que entreabriera los labios y sus bocas se enzarzaron en una lucha de presiones y succiones. Los pechos de Andrea no resistían más la presión de las ballestas del corsé, sus excitados pezones envestían con fuerza por salir de su prisión de encaje. Andrea apartó ligeramente a Juan y comenzó a desabrocharse los corchetes. Ya liberados se encontraron con el bálsamo húmedo y cálido de la lengua de Juan.
Ya en la cama, poco a poco la tensión se apoderó de sus cuerpos. Andrea abrazó con sus piernas el cuerpo de Juan. Con rítmicos movimientos de cadera acompañó los envites de Juan que luchaba por abrirse camino entre sus palpitantes labios. De pronto, se encontró sobre él y en su oreja derecha una boca que le impelía: “Dame caña”. No podía estar pasándole esto, -¡cómo se le ha podido ocurrir decir eso!-. De pronto, las mochilas de los niños, las prisas por llegar a tiempo al colegio, echaron por tierra sus planes.

Chantilly. 

Desde pequeña

            Desde pequeña, había sentido una gran fascinación por las estrellas, por el firmamento conocido y desconocido. Fue creciendo y cada vez se sentía, más fascinada. Cuando descubría algo nuevo o imaginándose como sería lo desconocido se estremecía todo su cuerpo.  Quería conocer más…. y más… aunque la situación era difícil en esta época. Todo lo desconocido era satánico.
            Una calurosa noche de verano, subida en lo alto de la torreta observando las estrellas, mirando con su primitivo catalejo hecho por ella misma se quitó su manto de seda, quedándose con su suave túnica, azul cielo, ceñida. Como siempre le gustaba provocar, insinuar. Se tumbó en el suelo en una pequeña inclinación de la torreta, una posición perfecta de cuerpo y suelo, delante de sus ojos las estrellas brillando. Al final de la noche una intensa luz bajaba hacia ella, tuvo que cerrar los ojos, pero notó como acariciaba sus labios, como un tierno beso. Abrió su boca para sentir más, se desabrochó la túnica, dejando ver sus unos delicados y suaves pechos llenos de vida. Todo su cuerpo estaba bañado por esa extraña luz.  Llevó su mano por debajo de la túnica, no sabía que estaba pasando, pero estaba muy excitada, las estrellas brillaban y la luz desprendía un calor que la excitaba más. Se llevó la otra mano a sus senos. Se estremecía cada vez que le rozaba su túnica. Temblaba, jadeaba y un grito de placer rompió el silencio de la noche.  Sentía que la observaban y abrió los ojos y sonrió.
Habían disfrutado con ella, viéndola, sus amigas más íntimas desde su niñez. GANÍMEDES Y CASIOPEA.

Lafanny